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Acarreando pandemia: etnografía colaborativa y audiovisual en tiempos de confinamiento obligatorio
Resumen: En este artículo nos interesa reflexionar sobre los desafíos que atravesamos durante el desarrollo de una etnografía colaborativa audiovisual en torno a la producción del libro “Uno hace lo que puede ¿no?”, en tiempos de pandemia. Adherimos a la colaboración y al compromiso como apuestas políticas, aunque consideramos que en cada proyecto se definen los términos de la participación, más aún si trabajamos con personas atravesadas por situaciones límite. Mostraremos cómo el hacer emergió como categoría nativa en las imágenes y análisis de quienes participaron del libro, consiguiendo confrontar las visualidades predominantes en los medios hegemónicos.
Palabras clave: Visualidades, Etnografía colaborativa y audiovisual, Pandemia.
Bearing the pandemic: collaborative and audiovisual ethnography in times of mandatory confinement
Abstract: This article proposes to reflect on the challenges that the authors went through during the development of collaborative audiovisual ethnography around the production of the book Uno hace lo que puede, ¿no? during the pandemic. The authors adhere to collaboration and commitment as political stakes, although they consider that the terms of participation are defined in each project, especially when they are working with people experiencing extreme situations. The authors will show how doing emerged as a native category in the images and analysis of those who participated in the book, managing to confront the predominant visualities in the hegemonic media.
Keywords: Visualities, Collaborative and Audiovisual Ethnography, Pandemic.
Portando pandemia: etnografia colaborativa e audiovisual em tempos de confinamento obrigatório
Resumo: No presente artigo, estamos interessados em refletir sobre os desafios que enfrentamos durante o desenvolvimento de uma etnografia audiovisual colaborativa em torno da produção do livro "A gente faz o que pode, né?", em tempos de pandemia. Adotamos a colaboração e o compromisso como apostas políticas, embora consideremos que os termos de participação são definidos em cada projeto, principalmente se trabalhamos com pessoas em situações extremas. Mostraremos como o fazer surgiu como uma categoria nativa nas imagens e na análise dos participantes do livro, conseguindo confrontar as visualidades predominantes na mídia hegemônica.
Palavras-chave: Visualidades, Etnografia colaborativa e audiovisual, Pandemia.
I. Introducción
En agosto de 2021 presentamos en el Museo de Antropologías de la Universidad Nacional de Córdoba, el libro digital “Uno hace lo que puede ¿no?: visualidades en tiempos de pandemia”, editado por CONICET, en el que 16 investigadores y 37 fotógrafos1 narran y muestran diferentes momentos vividos en ese contexto tan complejo. El libro al que nos referimos tuvo como objetivo darle continuidad a una investigación de la que participamos varios de los integrantes del Núcleo de Antropología de la violencia, muerte y política (IDACOR-CONICET), reunida en el “Relevamiento del impacto social de las medidas del Aislamiento dispuestas por el PEN Marzo 2020 - Comisión de Ciencias Sociales de la Unidad Coronavirus COVID-19” (MINCyT y CONICET).2 Este Informe se basó en un relevamiento nacional desarrollado entre los días 23 y 25 de marzo de 2020, como resultado del trabajo de una amplia red federal de investigadoras e investigadores pertenecientes al sistema científico y universitario de nuestro país, y tenía el propósito de analizar y presentar, en distintos estamentos gubernamentales, las consecuencias más inmediatas de la pandemia y del aislamiento durante marzo de 2020.
Los días posteriores al cierre del Informe nuestros interlocutores continuaron mandándonos audios e imágenes a través de Whatsapp, con las siguientes interpelaciones: ¿van a seguir con el relevamiento?; Acá la cosa se está poniendo fulera, ¿te cuento?.3
Esas demandas de continuidad confluyeron hacia el proyecto de producción de un libro digital desde una perspectiva colaborativa en plena fase de aislamiento (ASPO), desde marzo hasta julio de 2020. Si bien desde el Núcleo ya venimos desarrollando diversos proyectos etnográficos con esta perspectiva,4 en la pandemia se produjo un marco de crisis que requirió que pensáramos formas novedosas para lo colaborativo.
Ahora bien, más allá de que la investigación etnográfica esté siempre atravesada por distintos procesos de colaboración, nos referimos aquí a aquella literatura que nos anima a concebir a la colaboración y el compromiso como apuestas políticas (Katzer y Manzanelli, 2022; González Granados, 2016; Zirión Pérez, 2015, entre otros), y que implican un desplazamiento de un “trabajo sobre” a un “trabajo con” (Fernández Álvarez et al., 2022). En este sentido, Katzer señala la importancia de pensar “un compromiso de acción colectiva compartida, así como de definición conjunta de metas respecto a una preocupación pública común” (2022: p. 16).
Sin embargo, para que una iniciativa sea “en colaboración” depende sobre todo de la posibilidad de que los proyectos puedan establecer áreas comunes donde los involucrados puedan combinar y materializar diferentes apuestas y modalidades de trabajo (Bermúdez y Cordera, 2023). Más allá de cuestiones normativas consideramos que en cada proyecto se definirán los términos de la participación, aún más si trabajamos junto con personas atravesadas por situaciones límites. Coincidimos en que “las formas de lo común que configura la etnografía son fluctuantes de acuerdo con la dinámica propia de la micro-historicidad del proceso colaborativo” (Katzer, 2022: p. 17).
La etnografía que desembocó en el libro tuvo la intención entonces de vehiculizar esas inquietudes, anécdotas, relatos y, sobre todo, imágenes que nos seguían compartiendo sobre la pandemia. Nuestra propuesta consistió en sacar a estos sectores del lugar del retrato e invitarlas a retratar. Son sus propias visualidades las que entran en escenas de disputas mediáticas, políticas y sociales. Partiendo de que la actividad fotográfica presupone siempre una manipulación o dramatización de lo real, quisimos recuperar la soberanía de las personas históricamente capturadas por las cámaras colonizadoras (Sontag, 1977), para que esta vez sean los propios interlocutores los que apunten con sus celulares y capten su propia experiencia de la realidad.
Si bien es cierto que desde hace varias décadas se vienen desarrollando trabajos desde una antropología de lo audiovisual cada vez más orientados hacia experiencias “multivocales”, buena parte de estos proyectos parece reducir el problema de la participación a una cuestión técnico-metodológica. Y al hacerlo, se concentran exclusivamente en la participación de los interlocutores en el proceso de producción de las imágenes. Aunque no sea nuestra intención profundizar en estos debates, rescatamos las cada vez más insoslayables revisiones sobre el estatus epistémico y ontológico que le adjudicamos a nuestros interlocutores en los proyectos antropológicos.
Específicamente en este artículo nos interesa reflexionar sobre los desafíos que atravesamos durante el desarrollo de una etnografía colaborativa audiovisual en torno a la producción del libro “Uno hace lo que puede ¿no?: visualidades en tiempos de pandemia”, a partir de algunos ejes que iremos entramando entre sí:
II. Desafíos de la etnografía colaborativa audiovisual
1. Las demandas
Como dijimos, algunos de nosotros participamos en la elaboración del “Relevamiento del impacto social de las medidas del Aislamiento dispuestas por el PEN Marzo 2020- Comisión de Ciencias Sociales de la Unidad Coronavirus COVID-19” (CONICET y MINCyT). Y así fue como presentamos este proyecto ante nuestros interlocutores que ya formaban parte de nuestras redes de confianza vía telefónica, por Whatsapp y redes sociales. La experiencia fue enriquecedora porque entendimos que en los habitantes de sectores populares había muchas ganas de contar, de decir, de mostrar.
Fue profundamente significativo para nosotros que esas imágenes que nos seguían enviando contrastaban con aquellas otras que los medios hegemónicos exponían, teñidas de demonizaciones y miserabilismos. Desde las largas filas con personas abarrotadas y sin barbijo en La Matanza, hasta niños que correteaban por los basurales del Bajo Pueyrredón. Como dice Leila Guerriero, el periodismo latinoamericano “tiene cierto déficit para contar historias que no rimen con catástrofe y tragedia” (2013: p. 455).
De modo que, ante la insistencia de nuestros interlocutores, consideramos necesario desarrollar la producción de un libro como proyecto colaborativo, desde una mirada próxima a lo que Segato define como una “antropología por demanda” (2013).
El intercambio con nuestros interlocutores continuó entonces con esta pregunta ¿cómo estás viviendo la pandemia? Referentes barriales y de organizaciones sociales, personas en condiciones de encierro o recientemente liberadas, vecinos de villas y barrios empobrecidos económicamente, entre otros, nos compartieron por esos días sus vivencias.
Para ordenar estos intercambios sugerimos que nos envíen alrededor de tres imágenes y que seguidamente nos cuenten de manera oral ‒por audios o llamadas‒, o bien de forma escrita vía Whatsapp, qué era lo que deseaban mostrar. Fue necesario también colocar en estos intercambios la intención de producir un libro que expusiera, desde sus propias miradas, lo que les estaba pasando en este contexto de aislamiento social, preventivo y obligatorio. También explicitamos que nos parecía importante hacerlo en la medida en que no veíamos reflejado en los medios de comunicación de mayor alcance lo que ellos nos estaban revelando.
El resultado fue un conjunto de intercambios y testimonios tan singulares como sugestivos. Obtuvimos respuestas variadas, más o menos inmediatas, pero generalmente bien recibidas. Algunas personas mandaron fotografías actuales, otras las extrajeron de muros y estados, y no faltaron quienes recuperaron imágenes referidas a acontecimientos vitales que fueron rememoradas o resignificadas a la luz de la pandemia. Folletos y dibujos también formaron parte de los envíos.
Una vez que recibíamos las imágenes, las preguntas que pergeñamos estuvieron orientadas a que nuestros interlocutores interpreten el material enviado, de modo que les pedíamos que les otorguen detalles y contexto: ¿por qué nos mandan esta imagen? ¿Qué querés mostrar con esto? ¿a qué te referís cuando decís eso? En el trabajo de campo etnográfico tradicional, en el “estar allí”, estas interrogaciones podrían resultar menos pre-fijadas o estructuradas, al estar articuladas a conversaciones y escenas de la vida cotidiana. Pero aquí el “diálogo” adquiría cierto acartonamiento en tanto estaba mediado por los códigos propios de las aplicaciones de chats y redes sociales (Hine, 2004). Entendimos también que las temporalidades de los intercambios estuvieron condicionadas por las necesidades acuciantes por las que estaban atravesando nuestros interlocutores, de modo que el flujo de los mensajes era interrumpido o intensificado según cuáles fueran las situaciones y complejidades de sus vidas.
2. Los intercambios y las categorías nativas
Como señalamos anteriormente, nos parecía importante que nuestros interlocutores pudieran interpretar sus propias imágenes y el para qué nos las estaban enviando. Aquí nos interesa marcar dos argumentaciones.
Por un lado, coincidimos con Fernández Álvarez respecto de que el posicionamiento sobre nuestros interlocutores implica considerarlos desde su condición de “productores de conocimiento teórico” (Fernández Álvarez, 2019).Cuestión que para la antropóloga implica explorar formas de textualización que hagan explícita esta condición, lo que no necesariamente significa desarrollar formas de coautoría con las que las metodologías colaborativas suelen estar emparentadas (Fernández Álvarez, 2019: pp. 69-70). Creemos que otorgarle preponderancia a las imágenes y a los relatos sobre ellas como los registros privilegiados por nuestros interlocutores, fue una búsqueda orientada en tal sentido.
Asimismo, cuando las personas hacen sus declaraciones, las fotografías son insertadas en una estructura de significación analítica, tornándose así en una representación de la visión de mundo propia del autor de la imagen (Aguiar Bittencourt, 2006, p. 201). Es por ello que el uso de la imagen en el campo no se puede atar únicamente a su carácter documental o al análisis del contenido de la imagen, debe considerarse el “proceso de atribución de significados producidos por los propios actores sociales” (Aguiar Bittencourt, 2006, p. 200, trad. nuestra).
En lo que sigue referiremos una serie de intercambios que sostuvimos con algunos de nuestros interlocutores para mostrar cómo fue surgiendo el hacer como categoría nativa. Cabe considerar que lo que expondremos a continuación supone siempre un recorte de esos “diálogos” y no da cuenta necesariamente de los procesos y dinamismos que fueron adquiriendo a lo largo del tiempo.
Intercambios entre la familia Calderón y Natalia
Si hubo una figura paradigmática de la pandemia en los sectores populares fueron los comedores que acrecentaron las habituales tareas de cuidado y supervivencia y la gestión corporizada de trámites y programas sociales estatales, además de garantizar la circulación de información sobre las medidas de precaución frente al COVID-19. También proliferaron otros comedores de gestión familiar que ayudaron a palear el hambre. Ese es el caso de la familia Calderón y la 14, un equipo de fútbol del populoso barrio Villa El Libertador.
En los últimos días de marzo me comuniqué por WhatsApp y Facebook con varios integrantes de la familia Calderón para invitarlos a participar del libro. Inmediatamente me recomendaron que hablara con Michael, uno de Los Mellis, hijo de Graciela. A Graciela la conocí en Los Padres del Dolor en 2007, momento en que Michael y su hermano eran niños pequeños y construimos un vínculo de familiaridad. Graciela trabaja como empleada doméstica hace muchos años en distintas viviendas de barrios acomodados de Córdoba. Tuvo once hijos, perdió dos. Los demás viven muy próximos a su casa, por lo que cada suceso familiar se torna un evento masivo en el que se yuxtaponen parentesco, afecto y vecindad.
Entre audios y mensajes escritos, Michael, me fue respondiendo a la pregunta sobre ¿cómo están viviendo todo esto? Y sus respuestas fueron todas orientadas a contarme sobre un nuevo comedor.
Michael:Teníamos ganas de empezar a hacer un comedor para dar comida a la gente, porque sabíamos que esto de la pandemia iba a durar mucho. Primero mi mamá dijo que no porque creía que no iba a venir tanta gente. Pero empezamos..., el primer día pensamos ¿quién se va a animar a venir? A veces pensamos que a la gente también le da un poco de vergüenza ir, pero a veces no. El primer día vinieron 50 personas. Y hoy en día tenemos 250 raciones dadas todos los miércoles y hacemos dos ollas de comida. Ahora sí todos nos ayudan. Y mis amigos del club de fútbol del barrio también. Tratamos de poner nosotros porque no nos da para ir a pedir cosas a la gente, nosotros lo queremos hacer. Mi mamá ahora está contenta, y la Pao [su hermana] hace la comida, pone ganas. Nosotros somos muchos y entre todos hacemos que esto siga funcionando. Y a lo mejor cuando la pandemia termine, nosotros podemos seguir. Está bueno porque va gente, la cosa está complicada en tiempos de frío...Va gente que a veces tiene cinco o seis niños. Incluso capaz que lo hagamos dos veces por semana. El otro día hicimos 180 flanes.
Y ¿el libro de qué se trata?
Natalia:Sobre imágenes de la pandemia. Pero con fotos sacadas por la propia gente, no por fotógrafos profesionales, ni por los medios de comunicación.
Michael: ¡Ah! bien!
La apertura del comedor coincidió con un cordón sanitario dispuesto por el gobierno provincial en el barrio en junio de 2020, comprendido por 28 manzanas. Graciela me había contado que muchos vecinos les tenían miedo a los militares que custodiaban el lugar. A causa de este temor y pensando en quienes no podían franquear estas barreras se les ocurrió propiciar la circulación de alimentos.
Las fotos que me fueron pasando daban cuenta de distintos procesos de preparación del alimento: las grandes ollas dispuestas en el patio de la vivienda de Graciela, el fuego a leña, los cocineros alternándose las distintas tareas. Los tablones enfrentados hacia el portón abierto para recibir a la gente. Días después también empezaron a publicar estas y otras fotos en Facebook. Las primeras los mostraban sin barbijos, pero más avanzados los días y por recomendación de la gente cercana, se los veía posando ya con cierta distancia y todos cubiertos.
El espacio también fue transformándose a medida que se agudizaba el frío. La cocción se trasladó al interior de la casa de Graciela donde se construyó una conexión de caños de gas.
Graciela me contaba orgullosa cómo habían conseguido las garrafas a través de sus propios contactos, personas con las que tenían vínculos de reciprocidad como con sus patrones, con vecinos y parientes, conmigo. Y gracias a la presencia comunitaria de ayudantes, donadores y comensales, también decidieron transformar el comedor en itinerante. Fue en ese momento que se me ocurrió mandarle información a Graciela sobre un relevamiento de comedores organizado por el gobierno nacional.5 Pero ella me hizo notar de nuevo, que el comedor que habían organizado no dependía de los gobiernos sino de las redes de relaciones sociales entramadas por ella y por sus hijos a lo largo de los años. Fueron siempre una familia referente, y en esta oportunidad reforzaron su imagen vinculada a la disposición de contactos con otras clases sociales y a la solidaridad como parte de su hacer.
Sigue la foto más representativa que eligieron: con barbijos puestos y la bandera del equipo de fútbol cuando llevaron el comedor a Barrio Cabildo.
Intercambio entre Luli y Nicolás
Luli es un amigo de la vida y un compañero de militancia. Es un referente de Colonia Lola, un barrio popular ubicado en la periferia sudeste de la ciudad de Córdoba. Recibió con agradecimiento y humor la oportunidad de participar en el libro.
Nicolás: Espero las fotos, Luli.
Luli: Mirá, Nico, lo que a mí me importa es la fama [risas].
Nicolás: La mala fama.
Luli: Eso sobra.
Llegan las fotos. Con Luli sabemos que en el pedir está el dar. Y que en el recibir está el devolver. Gentileza obliga. No hay amistad sin obligación, ni dádiva sin interés.
Nicolás: Luli, las fotos están buenísimas. Me cagaron de gusto. La del colectivo está buenísima.
Luli: Me alegro, pá. Es lo que se me ocurrió charlando con la gente del barrio ¿viste? Y te voy a pedir un favor. Pedile al Colorete Gianola [conductor del programa radial “Los Populares” de Radio Popular Córdoba y padrino mío] un saludito para el Luli de Colonia Lola. Vos viste cómo es… quiero carteludear mi momento de fama.
Sobre la foto Luli explicaba: Es algo habitual en el barrio que cuando hay trabajo los colectivos pasan llenos. Ahora en la pandemia, están vacíos.
Hay ciertas repeticiones que tienen una función pedagógica. Entendí esa verdad con Luli. Digo repetición porque me mandó varias fotos y audios con una idea tan reiterada como original: para entender cómo anda la economía hay que ver y oler la basura del barrio. Luli expone un saber inapelable de su territorio y desnuda una inteligencia práctica. Un olfato curtido por 55 años en Colonia Lola y una ancha experiencia como referente barrial. Argumenta desde el mejor de los sentidos, el común. Porque el saber popular es, ante todo, un conocimiento sedimentado en el cuerpo.
Al pedirle más detalles sobre el porqué de esas fotos, Luli me decía:
Para ver si la gente está bien o mal, mayormente en los barrios, hay que ver lo que dicen los canastos de basura, aunque no lo crean. En todo lugar donde hay consumo y las cosas están bien se saca mucha basura, se saca todo el desperdicio del día, de la cocina, todo está bien (...) cuando uno tira basura de las comidas hay olor a podrido, pero en este caso es todo mugre de escombros, cosas viejas que tiran, no hay olor a podrido, o sea que ahí se nota que la economía está mal.
En la autopresentación que le pedimos a cada uno de nuestros interlocutores, Luli dijo: Soy el Luli de Colonia Lola. A pesar de no saber escribir también me dicen “el lapicera” porque trabajo de memoria. Y me gusta escuchar al vecino decir “Gracias, Luli”.
Intercambios entre Ariel y Nahuel
En 2019 conocí a Ariel dando un taller de literatura en un penal abierto con alojamiento de mujeres y varones en “período de prueba”. En enero del año siguiente, en pandemia, mandé un audio preguntándole cómo llevaba la espera ya que su salida era cuestión de días. Respondió que la espera era distinta a todas las demás, que no se parecía en nada a cuando rendía los exámenes que le permitieron recibirse de abogado, ni a la espera de los domingos de visita familiar. Esta espera era otra cosa.
Ariel:El otro día escuché a un escritor hablar de la esperanza y wauuu, fue muy fuerte. La esperanza como algo que nunca va a llegar, no por tener una mirada negativa, sino porque la esperanza tiene mucha similitud con la utopía. Y es eso, uno espera lo que nunca va a llegar, pero sirve y ayuda a vivir.
El 20 de marzo del 2020, el día en que la mayoría de los argentinos se confinaba por la pandemia de Covid-19, Ariel recuperó su libertad. Desde allí, nos hicimos amigos y también conocí a su familia. Lo invité a que me compartiera tres imágenes de este nuevo encierro. Me preguntó si el proyecto del libro estaba relacionado con la privación de la libertad, le dije que no salvo que él quisiera relacionarlo, a lo que respondió que era un tema complejo porque afectaba a la imagen de las nenas [sus dos hijas] cuando directa o indirectamente se lo asocia a la cárcel: En esta sociedad juzgadora no existe la posibilidad de que eso pase desapercibido. La cruz es un sello imborrable y la familia es crucificada junto con el interno.
Sobre la foto Ariel explicó:
Las mamás y papás en muchos casos estamos capacitados para educar a nuestros hijos fuera de un formato impuesto y, quizás, con una escala de valores propia de cada familia. Por otra parte, desaparece el bullying en los términos en los que se veía, siento que mis hijas a pesar de que extrañan a sus amigas, cuando estudian lo hacen en un clima de confianza mucho más distendido. Además, esto de estar conectado para clases virtuales, desnudó aún más las diferencias de acceso a internet y de herramientas que le dan entidad al principio de desigualdad ante la ley.
Preguntamos por el “vivir” y nos respondieron con el hacer. En un tiempo en que las cosas tambalearon y todo pareció restringido y estático.
Si bien en un primer momento intentamos ir acomodando el material que recibíamos en conceptualizaciones academicistas estancas, tales como “religión”, “ocio”, “alimentación”, desde el momento en que escuchábamos los audios que nos enviaban describiendo e interpretando lo que hacían en pandemia, dejamos que fueran esas imágenes y expresiones las que conceptualizaran. Como señala Rappaport, la colaboración puede conducir a la teorización, es decir “nuevos vehículos conceptuales” que terminan facilitando aspectos innovadores para interpretar el material etnográfico (2007, p. 206). En los intercambios que acá presentamos aparecieron distintas formas del hacer: Michael y Graciela y las imágenes sobre el hacer el comedor propio producto del sacrificio familiar; la mirada práctica del Luli sobre la pauperización de la economía del barrio; la esperada liberación de Ariel en plena etapa de confinamiento, su hacer participando en la educación de sus hijas y su análisis sobre las desigualdades sociales. Nos retrucaron corriendo el foco, sacudiendo bibliotecas, interpelando supuestos.
3. Las incomodidades
-Ni idea de cómo presentarme, Nati. ¿Qué tendría que poner?
̶-Michael, lo que vos quieras. Desde que te conozco te gusta el fútbol por ejemplo. Y el comedor del que me mandaste fotos lo organizaste con tu familia y amigos del equipo.
̶-Pone entonces: Soy Michael, organicé junto a mi familia el Comedor Familia Calderón y la 14. Tengo 25 años, soy papá de Cristopher. Hincha de Belgrano, me gusta ir a la cancha cada domingo con mi hijo.
A lo largo del artículo hemos ido explicitando que quienes participaron del libro, es decir buena parte de nuestros interlocutores, han formado parte de proyectos colaborativos previos que desarrollamos desde el Núcleo, y que además habían sido consultados por nosotros sobre el impacto que las situaciones de confinamiento y pandemia estaban teniendo en sus vidas, en el marco del Informe mencionado.
Tal como dice Fasano, cuando el etnógrafo llega al campo lo hace representando directa o indirectamente a alguna institución social “con respecto a la cual los actores ya tienen alguna representación imaginaria, sea ésta constituida a través de la experiencia directa o indirecta” (2014, p. 18). Creemos que también esas representaciones se van modificando en el tiempo como consecuencia de formas de trabajo específicas y maneras de construir vínculos. Si bien esa confianza estructurada en proyectos anteriores garantizó que pudiéramos contar con la predisposición de nuestros interlocutores, se generaron algunas incomodidades no advertidas previamente por nosotros. Pensábamos que aunque se tratara de un proyecto diferente, quienes ya nos conocían asumirían la idea de lo colaborativo forjada en esas experiencias previas.
Nos referiremos aquí a las incomodidades que aparecieron cuando invitamos a que nuestros interlocutores se presentasen a sí mismos, en tanto autores y fotógrafos del libro. Nuestro objetivo era incorporar un apartado con breves biografías escritas por cada participante.6 Esta propuesta a muchos les resultó ciertamente desconcertante. Acostumbrados a ser sociologizados por los antropólogos, algunos nos preguntaban qué necesitábamos que dijeran, nos pedían modelos de presentación o bien nos pedían que lo hiciéramos nosotros.
Cada investigador apeló a aquellas sensibilidades, saberes y experiencias que nutren los vínculos para que cada interlocutor pudiera crear su propia biografía breve o pedirnos que la escribiéramos conjuntamente. Si bien predominaron las presentaciones más formales –quizás buscando adecuarse a la aparición en un libro̶ otros ensayaron el humor y la provocación, cargando sus mensajes con bromas y emoticones. En el caso de Michael, por ejemplo, y luego de la sugerencia enunciada por parte de uno de nosotros, aparecieron en su biografía las motivaciones de su hacer en torno a su hijo y a su identidad futbolera.
Sin dudas, la producción editorial no se encuentra frecuentemente al alcance de nuestros interlocutores, menos aún una propuesta de co-autoría donde se reconociese el lugar de la auto-representación en las imágenes (Ardèvol y San Cornelio, 2007) y la co-teorización. ¿Era la propuesta de un libro digital la más adecuada para este proyecto colaborativo que reuniese imágenes e interpretaciones de sus vivencias en torno a la pandemia?
4. Los aportes –y sus limitaciones–
En primer lugar, creemos que resultó relevante no dar por supuesto ni relativizar de antemano la importancia que tendría para nuestros interlocutores la producción de un libro de este tipo. Si bien es cierto que los académicos tendemos a sobrevalorar la legitimidad que puede tener la participación en un libro, también es cierto que ese lugar como co-autores y fotógrafos contribuiría a mostrar y reconocer el trabajo que hicieron –y que algunos asumieron, con cierto humor, como fama–. Ese hacer que terminó convirtiéndose en la principal categoría nativa propuesta por nuestros interlocutores en imágenes y en palabras, se trasladó también a este proyecto. Hacer un libro.
Nos preguntamos además si en este contexto hubiese sido posible llevar a cabo un proyecto de acción colaborativa menos limitada a un libro digital. Aunque acordamos con Katzer y Manzanelli (2022) en evitar reducir la etnografía colaborativa a una “producción colectiva de conocimiento” generando más bien una intervención dirigida desde criterios compartidos y conducente hacia una mejora de la calidad de vida del grupo en cuestión, entendimos que las comunidades con las que trabajamos se encontraban en situaciones de urgencia que limitaban otras intenciones. A pesar de ello, creemos que este libro contribuye a mostrar y contar las formas de resistencia que aseguraron la supervivencia de las poblaciones y sus condiciones de existencia en el contexto de pandemia desde el hacer. Apostamos a dejar de obturar el propio reconocimiento que las comunidades tienen de sus saberes y de sí mismas.
El libro digital circuló por los mismos canales de WhatsApp del que formaron parte nuestros interlocutores en épocas de pandemia, lo que de alguna manera conllevó un reconocimiento de las tareas de cuidado y del hacer en los que estuvieron implicados.
Además, organizamos la presentación virtual7 del libro junto con nuestros interlocutores, invitando a la antropóloga Ludmila da Silva Catela y a la comunicadora Cora Gamarnik para que fueran las presentadoras principales. Durante el evento, algunos de nuestros entrevistados que estaban asistiendo por primera vez a la presentación de un libro, tomaron la palabra y compartieron sus experiencias de colaboración. Esta jornada se convirtió en un interesante espacio de reflexión colectiva y colaborativa, donde las voces diversas se entrelazaron para formar un tejido enriquecedor en relación al proceso y el resultado.
El libro quedó a disposición en la página web del Museo de Antropologías,8 en tanto institución que contribuye a la construcción del conocimiento preocupada por las diversidades y a la que recurren diversos colectivos y organizaciones sociales para articular, impulsar y difundir sus demandas. La intención de alojar el libro en un espacio como el Museo, se debe a que creemos que especialmente la imagen puede enfatizar “las caras de la diferencia” (Corona Berkins, 2006), no sólo en términos de cómo legitima la información, “sino que también tiene una función más antigua, que tiene que ver con mostrar la cara, adquirir apariencia y existir” (op. cit.: 102). Para el caso que aborda Corona Berkins, el concepto indígena se ha construido históricamente sin la participación activa de los indígenas. Y en tanto que la fotografía devuelve una imagen de sí mismo (Gross y Hyde, 2019), sí importa quiénes hacen las imágenes y quiénes deciden qué imagen circula en el espacio público (Massota, 2009).
IV. Consideraciones finales
“¿Para qué sirve el antropólogo-documentalista cuando las comunidades son capaces de producir sus propios relatos y de comunicarse efectivamente con otras semejantes?”. Zirión Pérez (2015) lanza esta pregunta en la línea de quienes sostienen que la antropología es una forma de mirar ligada a un tipo de sensibilidad que no es una condición exclusiva de los antropólogos, sino más bien una vivencia de carácter universal.
Si bien no pretendemos abordar este debate, la pregunta nos habilita a problematizar nuestro rol como antropólogos en este proyecto colaborativo. Creemos que nuestra labor consistió principalmente en un compromiso con la contextualización (Ortner, 2016) que interconectara los procesos sociales, las historias de vida, los conflictos y las visualidades sobre la pandemia, así como habilitar una pregunta respecto del compromiso político de nuestro hacer, al ser confrontados y puestos en diálogo con el hacer de nuestros interlocutores.
El hacer emergió como categoría nativa en la mayoría de las imágenes y en las respuestas. Si ese vínculo entre pregunta y respuesta dejó algo en claro, eso es que el hacer confronta aquellas visualidades predominantes referidas al descuido, a las “faltas”, a las puras necesidades, a la amoralidad, a las “visualidades de la desidia” y radicalizadas entre la demonización y el miserabilismo que mencionamos más arriba.
Nuestros interlocutores arrojaron una verdad: hay hambre de agencia. Las “comunidades vulnerables”, eternamente definidas desde la falta, nos mostraron lo que sobra y, bajo condiciones no elegidas, una irreprimible voluntad de hacer historias. Porque ni en tiempos de máximas restricciones y limitaciones las personas dejan de ensayar formas de vidas. Ese hacer tan retratado por nuestros interlocutores no es una propiedad que se posee, sino una condición que se ejerce. Una máxima doblemente importante: nos referimos a sectores sociales incómodos ante narrativas miserabilistas que confunden privaciones con pasividad, poder con subyugación, desigualdad con heteronomía. Las fotografías también son actos: escamoteos a estereotipos, disputas estéticas, deseos de autorretrato, afirmaciones propias. Esto no supone que siempre y en cada caso encontraremos “resistencias”, profetizaremos “subversiones” o fetichizaremos “lo nativo”. Implica, en cambio, el reconocimiento de una cualidad intrínsecamente humana: el ejercicio del derecho al cuento propio.
Referencias
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Notas
Recepción: 09 Junio 2023
Aprobación: 17 Noviembre 2023
Publicación: 01 Diciembre 2023