Reseñas
Nuestros datos pueden contener errores. Desconocerlos o repetirlos, es otro error (aún más grave).
Reseña de: Howard S. Becker (2018). Datos, pruebas e ideas. Por qué los científicos sociales deberían tomárselos más en serio y aprender de sus errores. Buenos Aires: Siglo XXI
A lo largo de su trayectoria como investigador y docente, el sociólogo estadounidense Howard S. Becker ha publicado una serie de trabajos que, en líneas generales, podríamos dividir en tres grandes grupos: trabajos en los que plasmó sus investigaciones sobre determinado objeto de estudio, trabajos sobre la construcción de textos sociológicos y trabajos en los que analizó distintas dimensiones del proceso de investigación que desarrollamos los cientistas sociales. En el primer grupo se alojarían Los mundos del arte (2008), Outsiders (2009a) y El jazz en acción (2011). En el segundo podríamos incluir el Manual de escritura para científicos sociales (2011) y Para hablar de la sociedad la sociología no basta (2015). Finalmente, en el tercer grupo se encontrarían Trucos del oficio (2009b), Mozart, el asesinato y los límites del sentido común (2016) y el libro que aquí reseñamos, Datos, pruebas e ideas (2018).
Si bien la edición original presenta otro título (Evidence, publicado en 2017 por la Universidad de Chicago), el título de la edición en español resume el argumento que atraviesa el libro: la relación que los investigadores en ciencias sociales establecemos entre los datos, las pruebas y las ideas que queremos comunicar. De esa relación, dice Becker, “se trata todo”;1 ella constituye “el núcleo del método científico en cualquier campo de conocimiento” (p. 64).
Sin embargo, los datos que construimos para sostener las pruebas a partir de las cuales, luego, iluminaremos las ideas sociológicas que queremos comunicar pueden contener distintos tipos de errores. Esto no constituye una propiedad de los datos construidos por las ciencias sociales. El proceso de investigación desarrollado por los investigadores de las ciencias naturales (Becker utiliza ejemplos de la física y la edafología) también puede generar datos erróneos. Sin embargo, mientras aquellos suelen buscar (y, por lo tanto, encontrar) métodos y técnicas para enfrentar la producción de errores, los cientistas sociales solemos naturalizar su existencia. Y al naturalizarla no buscamos (y lógicamente, no encontramos) métodos y técnicas para corregir esos errores. En suma, los errores que poseen nuestras investigaciones se alojan en la materia prima (los datos) con que hacemos nuestro trabajo; están allí, en la base empírica que sostiene nuestro proyecto científico. Y lejos de ser producto del azar, estos errores pueden haber sido generados por nuestras propias actividades de investigación. Por ello, como señala el subtítulo del libro, deberíamos tomarlos más en serio y aprender de ellos.
La primera parte del libro repone los ejes centrales del debate, contextualizado en el campo de la sociología estadounidense de la década de 1940, entre los defensores de los métodos cuantitativos y los defensores de los métodos cualitativos. El eje del debate refería a la posibilidad de construir datos erróneos según se utilizara uno u otro método durante el proceso de investigación. Allí, señala Becker, no sólo se discutía el estatus científico que la sociología podría esgrimir frente al resto de las ciencias, sino además el control de las asociaciones profesionales, los departamentos universitarios (con sus programas de posgrado), las revistas académicas y el financiamiento que distintas instituciones destinarían a la investigación en ciencias sociales. Así, quienes ganaran legitimidad académica obtendrían la mayor parte de esos recursos (o todos).
Según Becker, esta distinción metodológica forma parte de un debate ritualizado que no hace justicia a la realidad del trabajo que efectivamente desarrollamos los sociólogos (la mayor parte de las investigaciones en ciencias sociales mezclan ambas formas de construir datos) y mantiene atrapada a la sociología en una disputa absolutamente improductiva. La grieta -así la llama el autor- entre quienes defienden el uso de métodos cuantitativos y quienes defienden el uso de métodos cualitativos se ha convertido “en un hecho desafortunado de la vida de la disciplina” (p. 67), que se reaviva cuando “los puestos de trabajo y el dinero para las investigaciones escasean” (p. 85). Pero en el fondo, señala Becker, buena parte del debate carece de sentido si tenemos en cuenta que los datos construidos mediante ambos métodos de investigación pueden contener errores. Ninguno de ellos, per se, garantizaría la construcción de datos científicos sin errores.
La segunda parte del libro analiza cuáles son las fuentes de esos errores. El autor señala que, tanto para los métodos cuantitativos como para los métodos cualitativos, el origen de esos errores está íntimamente relacionado con las personas que recolectan2 los datos: los problemas de conexión entre “datos, pruebas e ideas dependen en gran medida de quienes recolecten las palabras, los números y los materiales visuales de los que depende el resto de la operación” (p. 103). En nuestras investigaciones, los sociólogos utilizamos datos que han sido construidos por otras personas e instituciones: integrantes de un equipo de investigación (desde el investigador principal hasta estudiantes de grado y posgrado; quienes tienen intereses diversos sobre esa investigación), recolectores de datos que han sido contratados para esa tarea (por ejemplo los censistas, quienes pueden tener intereses sobre su trabajo que difieran notablemente de los intereses de quienes diseñaron y/o financiaron la investigación) y el personal administrativo de una escuela, la policía o un hospital (quienes pueden haber construido esa información con fines muy distintos de los del cientista social que quiera usarla o, directamente, hayan decidido falsear los datos para no tener problemas con sus compañeros de trabajo o sus jefes).
En mayor o menor medida, todas las investigaciones son un producto colectivo y acarrean los problemas organizacionales que posee cualquier producción colectiva. Al interior de esa red de colaboración, las características de las personas que construyen los datos y las razones que tengan para ser parte de la investigación “afectan los datos recolectados, la manera de analizarlos y el aporte final que, en carácter de pruebas, hacen al desarrollo de algún corpus de conocimiento científico” (p. 103). Así, Becker describe y analiza los errores que pueden contener los datos producidos por los censistas (capítulo 4), los funcionarios públicos (capítulo 5), los trabajadores temporarios (capítulo 6) y los investigadores principales o sus asistentes (capítulo 7).
Como es de esperar, el autor no sólo identifica las fuentes de las cuales provienen aquellos errores, sino que además brinda algunas sugerencias para reducir el margen de error o no volver a cometerlos. En tal sentido, Becker da algunos “trucos del oficio” para lidiar con los errores que contienen los datos construidos por esa red de colaboraciones que le da forma al trabajo científico. Y fundamentalmente, señala que cada uno de los problemas generados por los errores que contienen nuestros datos nos ofrecen (si estamos predispuestos a ello) la posibilidad de construir nuevos objetos de investigación. Así, identificar los errores que poseen los datos construidos por los censistas, los médicos, los policías, los maestros o los académicos no sólo nos permite corregirlos sino, además, construir un tema de estudio a su alrededor. Las “estadísticas producidas por esos trabajadores pueden servir de prueba de algo, pero habrá que demostrar de qué son prueba, más que suponerlo” (p. 161). Tal vez esos datos no reflejen la realidad que estaban encargados de registrar, sino la situación laboral de quienes los produjeron. Lo cual no es poca cosa.
El libro concluye con un análisis de los errores que los sociólogos cometemos cuando construimos datos científicos utilizando métodos cualitativos de investigación (capítulo 8). Escrito en tono autobiográfico, Becker parte de sus propias investigaciones para analizar específicamente dos tipos de errores: dar por descontada una idea (tratarla como obvia y no ponerla en duda) y desconocer la historicidad del fenómeno analizado (situándose en un eterno presente etnográfico).
Partiendo de Outsiders, Becker describe el primero de esos errores, recordando su explicación sobre la guerra contra las drogas librada por quien fue el director de la Oficina Federal de Narcóticos de los Estados Unidos durante los años 30. El autor supuso que Harry Ansliger, lejos de esgrimir un fundamento racional contra las drogas, partía de un conjunto de preconceptos morales (parte de su “puritanismo trastornado”). Muchos años después -a partir del trabajo publicado por otro investigador- supo que los preconceptos morales de Ansliger no explicaban su acción: éste era un actor completamente racional, cuya guerra contra las drogas (ilegales) buscaba mantener elevado el precio de los narcóticos (legales) mediante la creación de un mercado controlado. En tono autocrítico, Becker señala la fuente de su error: “supongo que siempre debo de haber sabido que bien podían existir otras razones más prácticas [para explicar la acción de Ansliger], pero, dominado por mis prejuicios, no seguí esos caminos” (p. 257, cursivas mías).
A partir de El jazz en acción Becker describe el segundo de los errores que podemos cometer al utilizar métodos cualitativos de investigación. El autor muestra cómo, en los inicios de esa investigación, Robert Faulkner y él explicaban la dinámica laboral de los músicos de jazz de los años cincuenta como la “manera correcta” (p. 258) de hacer música popular. Frente a esa forma normalizada, el resto de los modos posibles de hacer música eran vistos como una aberración. El error era desconocer la historicidad de cada una de esas formas. Este desconocimiento les impedía explicar los cambios producidos -a lo largo del tiempo- en esas formas de tocar música popular.
Escrito con claridad, espíritu crítico y una buena dosis de humor, este libro es una invitación a no cometer dos veces el mismo error y transformar las limitaciones que poseen nuestros métodos de investigación en futuros temas de estudio. De esta manera, los argumentos expuestos por Becker abonan el debate sobre la rigurosidad de las ciencias sociales. Se trata de un texto en el que, finalmente, su autor señala que el avance de la sociología depende de nuestra capacidad para generar datos lo más exactos posibles. Lo cual es (casi) imposible sin la inversión necesaria. Dicho en sus términos, la “exactitud requerida por la ciencia puede no ser barata” (p. 199).
Referencias
Becker, H. S. (2008). Los mundos del arte. Sociología del trabajo artístico. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes.
Becker, H. S. (2009a). Outsiders. Hacia una sociología de la desviación. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Becker, H. S. (2009b). Trucos del oficio. Cómo conducir su investigación en ciencias sociales. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Becker, H. S. (2011). Manual de escritura para científicos sociales. Cómo empezar y terminar una tesis, un libro o un artículo. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Becker, H. S. (2015). Para hablar de la sociedad la sociología no basta. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Becker, H. S. (2016). Mozart, el asesinato y los límites del sentido común. Cómo construir teoría a partir de casos. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Becker, H. S. (2018). Datos, pruebas e ideas. Por qué los científicos sociales deberían tomárselos más en serio y aprender de sus errores. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Becker, H. S. y Faulkner, R. (2011). El jazz en acción. La dinámica de los músicos sobre el escenario. Buenos Aires
Notas